Ya estamos listos



A veces uno se levanta con un dolor acá.
Poco importante, en principio.
Algo parecido a la Nada famosa de la Historia Interminable.
Una sensación de vértigo gris, como casi todos los vértigos.
Un dolor que, de alguna forma, nos place, como casi todos los dolores.

La cosa resulta algo extraña porque ninguno de los resortes enciendetristezas está hoy en marcha. Hoy huele a primavera o a un simulacro muy exacto a ella.

Si cometes el error de buscarle causas a este dolorcito, acabas recorriéndote de arriba abajo. Y recuerdas tus primeros años de ser niño y jugarse la vida a las canicas. Años de no hacer cálculos sobre las cosas e ir a los sitios corriendo porque sí. A éstos les sucedieron unos pocos días de besos primerizos y simples, que nos supieron a poco entonces y a final de Casablanca ahora, cuando la memoria nos estafa.

Enumeramos y nombramos las heridas recibidas. Etiquetamos las balas.
No muchas, tampoco hay que presumir. Las normales y justas de cualquiera.

Rememoras, en esta mañana con dolorcito, la atmósfera de aquellos días en los que te sentías luminoso por dentro, casi un hallazgo milenario en el umbral de su descubrimiento. Y rememoras, además, cuándo aquello dejó de pasar.
Y los días en los que los sueños nos parecían factibles, aunque lo fueran por nuestra ingenuidad y candor; por lo que tenían de lejanos, en realidad, y no por nuestra capacidad o don para la maravilla.

Llegamos, en fin, hasta los días en los que construimos el parapeto de excusas necesario para seguir mirándonos al espejo con cierta simpatía. Aquel sucedáneo de nosotros que vive enfrente. Aquel simulacro de mí. Llegas a tiempo a encaramarte dócilmente en la rutina elegida. Aquella que nos resultó más cómoda. La que mejor nos plazca.

Así, hasta hoy por la mañana.
Y es entonces cuando el dolorcito desaparece y es sustituido por un franco, seco y sordo daño.

Perfecto, me digo.
Ya estamos listos.
Ya puedo ir a la oficina.

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