Retrato de una luciérnaga

Mi panadero es alguien que no cabe en este mundo.

Está hecho de una argamasa distinta, que no desvela aristas ni aventa grietas.
Parece que le viniera justa la hechura de ser hombre y hubiera prescindido del traje.
Desnudo de humanidad, se pasea al sol madrugador de su horno cada mañana, muy temprano, a las 04:30, para dar de comer a los duermen por él.

Su estatura es mediocre. Ni alto ni bajo.
No puede vanagloriarse de nada relacionado con ella.
Su anecdotario en vulgar.
Casi parece que hubiera vivido su vida paseando por un trigal.
Tampoco tiene taras que le hagan sentirse único o abandonado.
Todos sus dedos. Buena vista. Dientes, los suyos.
Es, a todas luces, una persona corriente
.
Por mucho que lo intenta, el pobre hombre, no deja de sonreír.
Yo se lo digo mucho, ”Te vas a hacer daño, con tanta sonrisa.”
“De algo hay que morir” me responde con gesto ceñudo, incómodo, sin comprenderse.
No se ríe por gusto a la vida.
Lo hace por carencia de acontecimientos.
Echa de menos lo colorines de la carta de ajuste.
Se pasaba horas fascinado con su tibieza.

No creo que haya visto nunca el mar.
Sus necesidades son las justas para sobrevivir.
Comer unas almendritas en Domingo. Robarse aceitunas de su despensa.
No tiene los ojos descascarados por la ruina diaria.
La vida no le atraviesa los párpados, duerme de un tirón y comprobando la consistencia de las paredes a cada ronquido.
No tiene tragedias personales que le marquen.
Su rumbo es discreto.
No le crujen los goznes de la conciencia cuando ve miserias ajenas.
La televisión siempre encendida. Viendo lo que pongan.
El destino no le ha reservado ninguna tarea titánica.

Tiene una mirada en la que acontencen luciérnagas.

No practica la ternura.
No tiene empantanada ninguna pena a la que retorne cada poco, con las lluvias.
No escucha tangos. Ni boleros. Ni copla.
Su Juanito Valderrama.
Ese sí que era grande.

Su cuerpo no parece haber comprendido nunca el deseo.
Tiene dos niños que hizo porque sí. Sin pensarlo. De “así son las cosas”.
Se le enciende la mirada como un árbol ardiendo cuando ve pasar a una vecina que le trae loco, a él, que nunca ha mirado mujer entre rodillas y hombros.
La chica apenas tiene quince años y desconoce su poder o finge desconocerlo.

Da la sensación de que recibiera al amanecer alumbrando caracolas.
O que atardeciera el día todo brotado de pajaritos de papel.
El gris de su poco pelo parece sacado de un fotograma de Truffaut.
Según me cuenta, no precisa peinarse, su pelo dio la guerra por perdida hace muchos años y dejaron el frente (y la frente) luminosa como una mariposa extraviada.
Pero anualmente, tira todos sus peines y los compra nuevos.
Dice que nunca se sabe. “Si volvió mi perro, ¿por qué no lo va a hacer mi pelo?”

Su perro.
Debe ser el único animal de su especie que no se molesta ni en ser arisco.
Siempre tumbado en la puerta de la pandería, no ha mostrado alegría jamás.
Ni meneado el rabo. Ni perseguido un gato. Si le viera beber con pajita en vez de a lametones, apenas me sorprendería.
Trata a mi panadero como a cualquier extraño.
Peor, porque no le tiene miedo.
Pero él lo adora. Es su Malas Pulgas. Dice que comparado con su esposa, Malas Pulgas es hasta cariñoso. Que, total, para lo que hace en la cama con su señora, bien podía cambiarla por él.
Su señora es intangible como un viento. No sé si existe o aparenta compañía.
No hay detalles que la descubran.
Ni tan si quiera calcetines a estrenar para el año nuevo.
Ni jerseys para presumir.

Los pelos le brotan por los finales de la camisa sin rigor alguno.
Dice que sólo lee cosas de calidad. Siempre el As. Jamás el Marca.
Admira a los jóvenes porque tienen la habilidad de ser jóvenes.
Él no supo o no pudo o no quiso o no le dejaron.
No miente nunca, pero no es sinceridad.
Más bien, que ignora la malicia.

El olor a pan recién hecho le envuelve en una pátina de inmortalidad todos los días.
Entrar cada mañana a comprarle una barra de pan es pisar un templo.
Cuando habla conmigo lo hace con humildad, como si se creyera menos persona.
A mí me ocurre lo mismo.
Responde lento, da la impresión de que le costara entender mis preguntas.
Ese hombre, que se levanta cada día invencible.
Sin motivos para el orgullo, ni para la ira, ni para la certeza, vive.

No creo en dioses, pero por conocer este hombre merece la pena vivir.


Tengo que preguntarle como se llama…

Comentarios

Belén Peralta ha dicho que…
Pregúnteselo, porque merecerá la pena conocerle una mijita más...

B.

Popular Posts