niño mínimo y mar



El niño mínimo mira el mar con ojos sin negro.
Es la primera vez y se asusta.
No por la grande. No por lo incontable.
No se encoge por frío en los adentros.
El niño mínimo se asusta por oír un ruido
que viene de todas partes a la vez.
Un ruido sin dueño ni fuente que lo ataña.
Niño mínimo no sabe adónde mirar despacio.
Porque el niño mínimo sólo sabe mirar despacio.
Levanta manitas como pidiendo cosas
que tal vez el mar entienda.
Y las olas pellizcan un poco sus dedos.
Una húmeda cosquilla lacia.
Ninguno sabrá guardar memoria de caricia tan larga.
Niño mínimo abre la boca para decirle “ghé” al mar.
Y luego, con su cuello que apenas sostiene,
balancea su cabeza nueva.
Es toda una declaración.
Su primer mar. Enterito. Para él.
Unas manos le sujetan y susurran palabras terciopelo.
Y el niño mínimo cierra un poco los ojos.
Ya está más tranquilo.
Siente carrusel y sueño.
Se deja arropar por ese sonido selva que rodea el cuerpo.

Finalmente llora.
Y aquel que le sujeta duda,
si las lágrimas vienen del siempre sencillo frío
o de la certeza de recibir
el primer beso de la Dama Belleza.

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