Y así, sucesivamente.

Dos en la cama.

Fuera, la noche repleta de ruidos carentes de toda importancia. Estúpidos.
Dentro, se oye respirar. Aunque afina el oído, sigue sin captar la estructura del viento, la presencia del asfalto, el invento de la soledad.
Aunque pasea la mano por las sábanas, sigue sin percibir un tacto concreto.
Mano piedra.
Pero fuera se oyen unas risas exultantes.
Y dentro no queda sitio ni para las comisuras de los labios.

Fuera de la habitación, cientos de personas habitando el paladar de la noche.
Dentro, sólo dos.
Los rasgos habituales.
Amor sin clases de anatomía del cariño.
Amor rutina, de siempre, desde pequeños, su mundo es el otro.
Placeres gastados.
Amor hábito.
Sexo mordido por la pereza.
Sordina en los labios del amor.

Él se decide:
- ¿Lo dejamos, entonces? ¿Nos damos un tiempo?

Ella finge pensarlo como si no lo hubiera decidido ya tantas veces, como si estuviera valorando un concepto abstracto.
- Creo que será lo mejor. Conocemos a otra gente y luego ya veremos qué pasa. Si seguro que acabamos juntos.

Tímida sonrisa.
Él se muestra atribulado.
Ella procura llorar.

Y de repente, entra por la ventana abierta un aroma sutil.
Tan sugerente.
Y ruidos que ya no son estúpidos sino prometedores.
Y el viento les susurra misterios deliciosos al oído.
Y el asfalto recupera cierta estirpe de caminante.
Y la soledad no existe o apenas o lo justo para recordarla.
Y la mano piedra es ahora carne ardiendo.
Hierba fresca para pie descalzo.
El mundo de fuera.
Por descubrir.

Se despiden con besos de mejilla, se cierran la puerta, piensan en no verse amablemente, y que los ritos de la amistad vayan goteando con el tiempo, cuesta abajo, hacia algún otro sitio.

Él llega al portal.
Insultantemente bello.
Podría reinventar la osamenta del atardecer.
Tan libre.

Pero la noche, ahora, le parece excluyente.
El veredicto de estar solo, demasiado duro.
El asfalto aterrador.
Nadie le mira ni se deja mirar.
El mundo entero ante sus ojos, pero no le pertenece.
Mirada abismo.

Llama al telefonillo.
¿Podemos vernos mañana?
Claro.
Ambos ejercen de serviles del miedo.
Se despiden.
Hasta mañana, amor.
Hasta mañana, cariño.


Y así, sucesivamente.

Comentarios

Popular Posts