El instante del hallazgo



Guardo un recuerdo. Asolado.

Juego al escondite con los demás. Somos muchos.
Alguien cuenta fingiendo hacerlo con los ojos cerrados.
El resto corremos, gritamos, reímos, no sé en qué orden.
Nos desparramamos como canicas por los huecos de una calle sin huecos.
Me agacho entre dos coches.
Tengo en los ojos la emoción de quien quiere ser hallado o admirado.
Espero el instante del hallazgo.

Pasa algún tiempo, impreciso.
Alterno el peso de mi cuerpo de un pie a otro, en cuclillas.
Escucho como descubren a otros.
Pero no me encuentran.

Río y me ovillo por dentro de orgullo.

Más tiempo.
Hay ya menos luz.
Poco a poco, dejo de oír ruidos comunes.
Percibo el olor de las primeras cenas descolgándose por las terrazas.
Las farolas comienzan a desmenuzar su mundo cercano.
Las aceras se afilan.

Me atenaza la duda.
Respiro con dureza.
Sé pero no quiero saberlo.
Finalmente, me decido.
Salgo y todos se han ido.
La calle lleva desierta desde siempre.
Vuelan hojas o papeles.
De repente, todo es paisaje del dolor.
El estuario de lo bello que es un niño, se va derrumbando.
Comparto deriva con mi propia ruina.

Miro sin ser ya un crío. Comprendo.

Atardece y dos certezas.

Sé que no me han encontrado.
Sé que no me han buscado.

Comentarios

Fauve, la petite sauvage ha dicho que…
Que no te hayan encontrado no significa que no te hayan buscado.

Tampoco que no te hayan buscado implica necesariamente que no te hayan encontrado...

Las únicas certezas son que a la vida venimos solos y nos vamos solos, y por el medio, a veces estamos solos. Queriendo o sin querer, previendo las consecuencias o descubriéndolas demasiado tarde. Y entonces llega el instante del hallazgo. A veces se halla la ausencia de búsqueda o la desaparición; la clave está en conocer el momento en que hay que asomarse o mostrarse ligeramente para ser encontrado, si es lo que realmente se desea, y si los demás nos buscan.

Ah, preciosa foto.

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