Recoger las cosas que los demás no quieren...


Mis padres, como los de todos, procuraron darme una educación exquisita. Fomentaron la lectura casi antes de aprender a hacer la lazada de la zapatilla. Las buenas maneras, el escuchar a la gente, interesándonos por la cultura en general. Supieron comprarnos los cuentos (que luego comics, que luego libros con dibujos, que luego libros) que más nos influyeron. Y todo ello sin hacer de nuestra infancia algo aburrido.
Nuestro ejemplar del Principito.
Las pelotas de todas clases que se pudieron permitir.

Y, principalmente, no decir palabrotas.
Se cuidaban muy mucho de que no dijéramos palabrotas ni de decirlas ellos.
PERO hubo dos excepciones. La primera vez que mi padre dijo "¡Este niño es thónto!" (con hache intercalada de cuando te sale del alma) fue cuando jugaba con un juguete en la mesa encima de un plato de lentejas.

- Orquesta, deja eso
- Orquesta, que al final lo vas a tirar
- ¡ORQUESTA, PARA!
- ¡¡ORQUESTAA!!


El juguete cayó en las lentejas, hice un estupendo batido de lentejas con plastiquitos en la ropa de todos los sentados a la mesa, y mi padre soltó un sonoro:

- ¡¡¡ ESTE NIÑO ES THÓN-TO !!!

Bien ganado.

Y, la segunda, vino con la pregunta tan manida de "¿Qué quieres ser de mayor?". Delante de todos los invitados, en esa época en que todos los niños son una monada, y riquísimos, y cualquier cosa que digan hace que los mayores se partan de risa, y que nos miran como si fueran a achucharnos hasta redonderanos las aristas... bueno, pues en ese contexto me preguntó mi papá que qué quería ser de mayor. Y yo, convencidísimo, dije:

- ¡BASURERO!
- ¡¡¡ ESTE NIÑO ES GILIPOLLAS!!!


Inciso. No es que mi padre considere en ningún caso ese trabajo como indigno. Al revés. Hay precedentes familiares.. Simplemente, creo que quería una respuesta con más glamour, tipo futbolista o astronauta.

Pero es que no me entendían.
Yo veía pasar a mi basurero cada noche. Se bajaba del camión, se acercaba a los cubos, los lanzaba calle abajo dirección al camión-máquina-devoradora-de-cosas. Y ese engendro del demonio los levantaba hasta tres metros de altura, los volcaba y los volvía a vaciar en el suelo. Y entonces (y este es el mayor motivo de mi fascinación), el camión arrancaba, el basurero corría tras él y se subía de un salto al pescante exterior, como los de los coches de gangsters de los años 30 en Chicago. Y el basurero cerraba los ojos, con el viento en la cara, y se alejaba hacia la noche difuminado por la luz de las farolas.

Y eso quería ser de mayor.
Pero me quede en Orquesta.
Cierro los ojos a menudo.
Saco la cabeza por la ventanilla.
Me place el viento en la cara y la luz anaranjada de las farolas.
Pero no sé subirme en marcha a los camiones ni recoger las cosas que los demás no quieren...

Comentarios

Belén Peralta ha dicho que…
Maravilloso... Me hizo reir y luego pensar...

Muchas veces es bonito recoger las cosas que los demás no quieren, Orquesta. Seguro que le podemos sacar provecho.

B.

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