Medidas para relegar al frío



Un libro que empiece en elaboradas letras capitulares.
Llevar en la mano una barra de pan recién hecho.
Un bolero cantado por Mayte Martín.
Los calcetines largos.
Una toalla recién salida de la secadora.
Un mensaje de texto del móvil con todas sus letritas, sin faltar una.
El perro que se te arrima al salir de casa como si te quisiera.
Cruzarse con alguien que te recuerda a tu compañero de pupitre del cole.
Un brote en la maceta que dabas por perdida.
La pintada en la pared con un diminutivo tierno.
Descubrir tus manías en el andar de los otros.
El tacto de la madera de un mueble sin barnizar.
Alguien escribiendo a mano en una Moleskine roja.
El “Buenos días” sonriente de quien reparte el periódico gratuito.
La espera plácida y sin prisa de un hombre en un paso de cebra concurrido.
Explotar burbujitas.
El viejo que se levanta para cederle su asiento a la jovencita con falda.
Oler un libro nuevo.
Toparte con alguien que canturrea “Moon River”.
Un verso de Gamoneda.
Oler un libro viejo.
Ver cómo un cartero le pone el sello con cuidado a una carta insuficiente.
El tendero que le da a probar a un niño un trozo de aquello que vende.
La sonrisa y la avaricia de ese niño.
El albañil que canta a Camarón.
Quitarle los plásticos protectores a las pantallitas de los electrodomésticos.
El tímido que lee en los metros por encontrar refugio, no por amor a la lectura.
La hora en la que se apagan las farolas de la ciudad porque se viene el día.
El que no puede callarse el piropo a la quiosquera.
Ese que se tropieza y se ríe de sí mismo.
El señor que devuelve el balón a los críos con ganas de quedarse.

Tu cara apareciendo encima de la cara de todas las mujeres.

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