¿Llueve?

ESCRITOS A LA CARTA

Palabras propuestas:
- Arabia
- linterna
- Mandrágora
- delantal
- luciernaga
- Rododendro
- Azul


Tiempo:
1 hora


Era un cuarto interior, pequeño y con una ventana que recibía tal nombre por puro optimismo. El olor a humedad formaba parte del mobiliario. Cortinas de un estilo indefinido, pero sin duda lejano. “Lámpara sin concesiones a la moda”, que le decían los amigos a la bombilla que reinaba en el centro del techo.
Apenas una cueva.

Pero aquella mañana la habitación estaba tan resplandeciente como un amanecer en Arabia. Sus olores no hubieran cabido en los jardines colgantes de Babilonia. Ni mejores tejidos en toda Persia para las cortinas. Y la bombilla el Faro de Alejandría.


Y es que ella estaba tumbada a su lado, en la cama.
Tan bella.
La linterna de su cuerpo iluminaba la estancia sin sombras ni lugares donde esconderse de su discreta belleza.
Aunque la que estaba sin ropa era ella, jamás él se había sentido así de desnudo.
Tan pleno de milagros.
Pero sonríe.

No necesitó de raíz de mandrágora para conseguir sus labios.
Ni invitarla a dos cervezas para que ella soltara sus recelos en cualquier parte.
Tan solo desanudarse el doble lazo de su delantal de miserias.
Sólo disolver el alquitrán de la mirada.
Un poco menos de odio al andar.
Un leve temblor de luciérnaga al cruzarse con ella en la cafetería.
Apenas un aleteo.
Acercarse a ella sin las ruinas de la malicia.
Sonreír.

La verdad, pocos alumnos sonríen a sus maestras.
Reírse, muchos. Pero de ellas. ¿Sonreír? Apenas nadie.
Y por eso, ella, curiosa, le mira y le remira durante su clase.
Le parece guapo, y suave, y descarado.
Y sigue con su implacable y bostezante Botánica.
Todos cogen apuntes menos él que sólo la sonríe. Pero cuánto.
El rododendro, de hojas coriáceas, oblongas y agudas”, dice ella ahora.
Pero piensa “Déjame masticarte la ternura de tu boca
Siendo de la familia de las ericáceas, no llegan a medir más de cinco metros de altura”, resuena su voz en toda el aula.
Pero se le erizan y tensan los pechos de pensarle sobre ella.

Y en ese estado de cosas, poco hizo falta para acabar en su cuarto.
Cambiar la falda seria de flores por algo más ceñido.
Dejar la doble moral y las ataduras en la bandeja de las llaves al salir de su casa.
Pintarse la raya debajo de los ojos y de la ética profesional…

Ella se despereza. Con los ojos hinchados, comienza a removerse. Se oye un suave martilleo de gotas entrar por la ventana.

- ¿Llueve?
- No, querida –responde él, mirando al húmedo techo-. El cielo no podría estar más azul…

Y el crujido de las sábanas señala el plan para el resto del día.

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