Los que fuimos

(porque nada de tu memoria ha cambiado desde que escribí esto hace ya muchos meses, hasta hoy)



Me han llamado para decirme que te has muerto…

Yo no acabo de creérmelo.

A pesar de tu padre con los labios blancos y
apretados,
sabiendo que si se hunde él
se hunde el mundo,
tan tieso, tan digno… tan vencido.
Como si un hijo muerto
fuera culpa de un padre.

A pesar de tu madre, diciendo inconsolables
detalles
de tu agonía. Que al final no pudo ser.
Que lo intentaron pero que
no pudo ser.

Como no pudo ser, no eres.

A pesar de tu hermana, que me mira
con ojos de no mirarme y me dice
que no pase a verte,
que te sujetó la mano en tu último
suspiro y que aún se impresiona
al verte tras la vitrina…

Como si hubiera alguna forma de no
impresionarse ante un hermano muerto.

A pesar de la mujer que llora la pena
de haber estado presente cuando decías:
¡Mamá, yo no quiero morirme!
Y que escupe, con rabia, con mierda,
la crueldad:
te mantuviste lúcido hasta el final,
siendo consciente de que te ibas.

Y llora en un hombro, sollozando barbarie,
Pero no te preocupes, angelito,
Si tú vas derechito al cielo, dice.

Pero yo no acabo de creérmelo.

Y los ritos humanos continúan.

Hallo una puerta de iglesia
que no conocería sino fuera por tu
pérdida;
con gaviotas en el tejado insistiendo en ignorar nuestras
costumbres de hombres,
hombres,
esos animales lerdos que no aceptan su condición
ni las reglas del juego:
los más tontos entre todas las especies.
Los más niños.
Que no quieren morirse.
Porque no.

Y llega esa caja que dicen que contiene lo que fuiste, pero yo no te veo en la madera.
Y un hombre vestido de túnicas habla de ti, pero no te reconozco en su discurso.
Y la familia lee cosas en tu nombre, y no te encuentro en las palabras.
Y amigos, gentes de por allí, tristes todos, lloran con denuedo, casi con oficio.
Y a nadie consuelan las palabras del aquel que vive de consolar a los que se quedan.

Que es designio, dice.
Que algún supremo así lo quiso, dice.
Que no es malo, pues no puede haber mal
en los actos de ese ser que nos hizo a su imagen
y miserable semejanza.
Que es blasfemia pensar que es malo.

Blasfemia pensar que es malo que te mueras.

Y no se le caen las manos mientras lo dice.

Salimos todos en tropel
de ese templo de las insidias
y somos llevados a donde la tierra
no se pisa… se orada.

Cementerio insisten en llamarle pero
Los que fuimos, debería figurar entre sus puertas

Estoy seguro de que nadie conoce el camino,
pero es el dolor el que
como un perro fiel sabe volver a casa.

Y te echan arena, cemento, flores, y ponen lápidas y cierran con silicona.
Parece que les diera miedo que te escaparas de tu muerte.

Y se hace un pasillo de gentes
por el que transitan los muertos a los que les
toca seguir andando por la vida:
el padre, la madre, la hermana… todos.

Como marionetas se mueven a golpes
mirando el suelo,
sujetos por manos e hilos que nadie
sabe de dónde salen
y paran ante cada par de zapatos.

No hay hombro que no recoja su lágrima de madre.
No hay oído que no esté saturado de miserias.

No hay nadie, en todo ese campo de muertos, que lo entienda.

Yo me voy antes de que cierren la lápida
y vea tu nombre escrito, y me convenza de que
estás muerto.

Porque hasta ahora, desde que me llamaron, he tenido la impresión de
que hablaban de otro…

Y que mañana, cuando ella me llame me va a decir
Espera, que te paso a Jorge.
Y yo haré pereza hasta que oiga tu voz de
Me alegra oírte… aunque solo me digas hola. ¿cómo estás?

Estoy bien, jorge. Estoy bien.

Estoy bien

Comentarios

Doctor Krapp ha dicho que…
Siempre tan lúcido y tan libre, como la música que usted y yo coincidimos en disfrutar.
Es una suerte haberme encontrado con su blog, amigo.
Belén Peralta ha dicho que…
Lo siento mucho, muchísimo, Orquesta...

Jorge estará muy orgulloso allá donde esté, de que usted le haya rendido este conmovedor homenaje.

Coincido con el dr. Es un auténtico lujo este maravilloso blog.

B.

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