Juntar tus libros con los míos



(Carta escrita por Él, dejada sobre la cama al lado de Ella, tras la cena, las copas, el amor, la noche completa. Fuera lentamente amanece)

Los portales, tan proclives a los besos furtivos, fueron los primeros testigos de nuestros encuentros. Sobre las maderas de las puertas o sobre las paredes de las escaleras de un garaje, te abrazaba como si fuera a perderte en ese mismo instante.
Mujer intangible, hecha de agua que se filtra por entre mis dedos. Mujer huida.
El contacto con tu piel me revelaba ardores en las manos, me amanecía por dentro.
Nos ocultábamos por el mero placer de hacer nuestro amor secreto, porque pocas cosas hay tan bellas como aquello que nace prohibido. Con la boca llena de literaturas, intentaba verterte adormideras sobre los párpados para que fueras incapaz de besar con los ojos abiertos. Me protegía así de tu mirada inabarcable de niña que descubre mundos.

Una tras otra, esas excursiones a los portales, a los recovecos de las casas ajenas, se fueron sucediendo.
Era una especie de rito.
Buscarte una oscuridad que te contenga.
Apoyarte con una gentileza bruta sobre una esquina.
Acomodarte de manos los resquicios debajo de tu ropa.
Instalar en tus oídos el ruido de los charcos.
Besar con ternura, cuando tú buscabas fiera.
Morderte el deseo, cuando te me aparecías niña.
Apretarte contra mí para que sintieras mis esplendores.
No soltarte.
Aquellos, fueron mis modos de quererte.
Tú, consentiste.

Por tu parte, te dedicaste a hacerme perder la noción del viento.
Una voz calada de paisajes otoñales.
Más que boca, tenías una herida que yo me empeñaba en curar a base de saliva.
Me hiciste sentir que llegaba tarde a cada lugar que no fuera estar contigo.
Me conmovía mirarte.
Te excusabas continuamente de estar tan hermosa.
“Tengo el pelo sucio del viaje”. O “se me ha puesto la barbilla roja, tonto”.
Me besaste tan bien que sentía mis labios habitados de héroes.
Te escabulliste por mi pecho como dos estudiantes dando su primera caricia en una remota plaza de la Toscana.
Preferiste que fuera tu mano ingrávida la que sostuviera mi cadera y me contagiaste tu presencia de ave.
Tanto. Y tan bien me quisiste.
Y yo, consentí en ello.

Así que un día decidimos dejar de ser casuales y juntar tus libros con los míos.
Cocinar ensaladas para dos.
Turnarnos en el baño.
Y ha pasado el tiempo con tanto empeño que tengo miedo de su persistencia, un miedo enmohecido que me trepa por la frente.

Por eso hoy, cuando he entrado en casa y te has vestido de mujer inolvidable, y nos hemos ido a cenar, he pensado que tal vez sería bueno contarte estas cosas.

Cariño, sigo sin poder dejar de preguntarme de dónde sale la luz que nos alumbra cuando estamos desnudos.

Y después quitarte la ropa a plazos entre la puerta de casa, el pasillo y la habitación. Después de buscar un lugar sobre mí donde encaramarte a mirar. Después de entender mi condición de hombre inconcluso si no tengo mis manos sobre tus pechos y tus piernas rodeando mi cintura. Después de los temblores, de sentir cómo te deshaces en mi oído y me aprietas fuerte contra ti para que ni una mota de polvo quepa entre nosotros. Después de que tus muslos se relajen, que mis dedos terminen de desgastarte los contornos y me dejes quedarme dentro de ti mientras me voy perdiendo suavemente. Después de acercar tu cabeza a mi hombro, y apoyarte y utilizarme de refugio y guarida y pedirme que te cuente un cuento o que te hable o que diga palabras al azar para sentir mi voz.

Después de todo eso, me has preguntado muy seria si te quiero.
Espero que estas estrictas líneas, escritas mientras tú duermes a mi lado resuelvan tus dudas.
Mañana, al amanecer, intentaré convencerte, como cada día, de que este mundo tiene sentido por tenerte a ti en mis alrededores. Y agradecerte infinitamente el don de la inmortalidad que me habita cuando paseamos por la calle cosidos de la mano. Invencibles.

Buenas noches, amor.

(Fuera el sol crece. Ella se despierta inquieta. Mira el hueco de Él en la cama. Se intranquiliza. Desde la cocina se oye, lejano, el inconfundible ruido de un desayuno en preparación. Los zumos de naranja, en concreto. Se sonríe. Se hace un ovillo. Se duerme. La carta, no la ha visto. Ni falta que hace.)

Comentarios

Belén Peralta ha dicho que…
Qué sensibilidad más exquisita y qué manera de describir sensaciones, situaciones... hasta olores, tactos y olores.

A sus pies, Orquesta.

B.

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